miércoles, 26 de septiembre de 2012

El sonoro despertador sirve de comparsa a mis descompasados latidos. No me molesto en mirar la posición de las agujas, ante el pesar de transcurrir la noche viendo las horas pasar. 
Pensamientos inconexos se cruzan en mi cabeza, pero no puedo hacer otra cosa que esperar a mañana.
Me asusta pensar en el futuro, a pesar de querer dejar atrás el presente. Erróneamente vivo del pasado; intento en vano de recuperar esa inocencia, o más bien ignorancia de cuanto acontecía a mi alrededor.

Cierro los ojos en un  lamento y me veo en una soleada mañana de verano, jugando junto a mi casa de muñecas, aquella que mi padre construyó. Avanzo en el tiempo y me duele pensar en el día que su constructor la derribó, aquel día en que fuí consciente de que el mundo adulto no era como el que soñaba a través de mis muñecas.
Me inquieta todavía recordar el momento en que mis compañeros de juegos se volvieron inanimados para siempre. Cumplo mi misión de madre desolada, vistiéndolos de sus mejores galas, a sabiendas de que no volverán a ver la luz. Todos están juntitos en la grande caja de pañales, pero yo me quedo sola. 

Doy vueltas y vueltas en la cama hasta acurrucarme como un recién nacido. Algo ha cambiado en mi cuerpo, me he hecho adulta como mi Barbie Destellos, aquella a la que le encomendaba un buen trabajo y un bonito cuadro familiar...

Intento soñar que el Vampiro Lestat me elige como compañera de viaje, alejándonos de la realidad, pero un despertador interrumpe mi corta aventura con El príncipe de las tinieblas.

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