miércoles, 12 de septiembre de 2012

Una vez más me dirijo hacia mi destino, Bilbao. Tras de mí queda la figura de mi padre, despidiéndome en la estación, desvaneciéndose y haciéndose cada vez menos visible. Así también los buenos momentos que hemos compartido, que ahora sólo son recuerdos. Observo el tecnificado tren en que viajo y no puedo evitar pensar en la primera Locomotora, Mataró, tal como Don Miguel nos la describía en clase de Historia. 

El tren hace su rutinaria parada en Miranda y al asomarme a la ventanilla me topo con una mujer cuyo rostro me resulta conocido. Creo recordar a una niña pecosa, tímida y soñadora, que jamás pensó en cuando creciera y tuviera que partir. 
Escucho en mi mp3 "The reflex", de Duran Duran, y me pregunto qué habrá sido de ese grupo y otros tantos que decoraban la habitación de mi hermana. 
Voy a sacar el bocadillo y algo cae de mi mochila. Cojo del suelo un pequeño álbum de fotos y una de tantas veces más lo ojeo: Mi hermana en la antigua fregadera de mármol, mi madre fregando, mi abuela con mi primo en brazos...

Mi abuela...No puedo retirar la mirada de los gladiolos blancos que adornan su féretro. "Sabina ha sufrido una larga..." Por favor, Don Pedro, todos lo sabemos. Prefiero aislar de mi memoria su encogido y reducido cuerpo inerte, para recordar a la Sabina fuerte y cuerda que nos reunía a merendar a los nietos. Recuerdos de cuando jugábamos a maestros en la pequeña pizarra, cuando mi primo Santiago nos hacía ensayar los villancicos, cuando mi prima Elena....

En el banco de la Iglesia estoy junto a mi madre. Intento aferrarme a su menuda figura, buscando protección...¿Pero qué estoy haciendo? Debería ser yo ahora quien la protege a ella. 
Siento todas las miradas clavadas en mi nuca, no puedo respirar, necesito volver a mi jardín. 

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