miércoles, 26 de septiembre de 2012

El sonoro despertador sirve de comparsa a mis descompasados latidos. No me molesto en mirar la posición de las agujas, ante el pesar de transcurrir la noche viendo las horas pasar. 
Pensamientos inconexos se cruzan en mi cabeza, pero no puedo hacer otra cosa que esperar a mañana.
Me asusta pensar en el futuro, a pesar de querer dejar atrás el presente. Erróneamente vivo del pasado; intento en vano de recuperar esa inocencia, o más bien ignorancia de cuanto acontecía a mi alrededor.

Cierro los ojos en un  lamento y me veo en una soleada mañana de verano, jugando junto a mi casa de muñecas, aquella que mi padre construyó. Avanzo en el tiempo y me duele pensar en el día que su constructor la derribó, aquel día en que fuí consciente de que el mundo adulto no era como el que soñaba a través de mis muñecas.
Me inquieta todavía recordar el momento en que mis compañeros de juegos se volvieron inanimados para siempre. Cumplo mi misión de madre desolada, vistiéndolos de sus mejores galas, a sabiendas de que no volverán a ver la luz. Todos están juntitos en la grande caja de pañales, pero yo me quedo sola. 

Doy vueltas y vueltas en la cama hasta acurrucarme como un recién nacido. Algo ha cambiado en mi cuerpo, me he hecho adulta como mi Barbie Destellos, aquella a la que le encomendaba un buen trabajo y un bonito cuadro familiar...

Intento soñar que el Vampiro Lestat me elige como compañera de viaje, alejándonos de la realidad, pero un despertador interrumpe mi corta aventura con El príncipe de las tinieblas.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Una vez más me dirijo hacia mi destino, Bilbao. Tras de mí queda la figura de mi padre, despidiéndome en la estación, desvaneciéndose y haciéndose cada vez menos visible. Así también los buenos momentos que hemos compartido, que ahora sólo son recuerdos. Observo el tecnificado tren en que viajo y no puedo evitar pensar en la primera Locomotora, Mataró, tal como Don Miguel nos la describía en clase de Historia. 

El tren hace su rutinaria parada en Miranda y al asomarme a la ventanilla me topo con una mujer cuyo rostro me resulta conocido. Creo recordar a una niña pecosa, tímida y soñadora, que jamás pensó en cuando creciera y tuviera que partir. 
Escucho en mi mp3 "The reflex", de Duran Duran, y me pregunto qué habrá sido de ese grupo y otros tantos que decoraban la habitación de mi hermana. 
Voy a sacar el bocadillo y algo cae de mi mochila. Cojo del suelo un pequeño álbum de fotos y una de tantas veces más lo ojeo: Mi hermana en la antigua fregadera de mármol, mi madre fregando, mi abuela con mi primo en brazos...

Mi abuela...No puedo retirar la mirada de los gladiolos blancos que adornan su féretro. "Sabina ha sufrido una larga..." Por favor, Don Pedro, todos lo sabemos. Prefiero aislar de mi memoria su encogido y reducido cuerpo inerte, para recordar a la Sabina fuerte y cuerda que nos reunía a merendar a los nietos. Recuerdos de cuando jugábamos a maestros en la pequeña pizarra, cuando mi primo Santiago nos hacía ensayar los villancicos, cuando mi prima Elena....

En el banco de la Iglesia estoy junto a mi madre. Intento aferrarme a su menuda figura, buscando protección...¿Pero qué estoy haciendo? Debería ser yo ahora quien la protege a ella. 
Siento todas las miradas clavadas en mi nuca, no puedo respirar, necesito volver a mi jardín.